viernes, 25 de junio de 2010

Arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Castagna: reflexion sobre el Curita Brochero


Reflexión de monseñor Castagna: Venerable José Gabriel Brochero
TOMADO DE: http://www.arzcorrientes.com.ar/vernoticia.php?id_new=951
El Arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, nos regala en el marco del Año Sacerdotal que se está desarrollando una reflexión sobre el Venerable José Gabriel Brochero, conocido como el cura Brochero.

¿Quién es Brochero? Es difícil decir algo sobre lo mucho que expresa la vida de un hombre como Brochero. Me pregunto por qué este sacerdote ejemplar ha sido sometido a prejuicios inexplicables y minimizada su gravitación pastoral y social. Las razones que habitualmente se exponen no logran justificar el cerco histórico que le han impuesto. Algo parecido ha ocurrido con el proceso canónico del hoy Beato Ceferino Namuncurá. El camino a la Beatificación del Padre Brochero está hoy despejado y espera ser recorrido con mayor celeridad. El gran empujón proviene de un movimiento sacerdotal que no deja de organizar encuentros al amparo de su original imagen de incansable surcador de caminos. Detrás de ese cascarón de hombre campechano, montado en su “mala cara”, está lo que interesa a nuestros sacerdotes, mayores y jóvenes, en el intento contemporáneo de llegar a los corazones de los hombres hambrientos de Dios. ¿Quién es Brochero? ¿De dónde saca la pasión apostólica que lo domina? Para comprenderlo es preciso remontar el vuelo hacia los Apóstoles y entender el fervor evangelizador que aparece en ellos. El Padre Brochero es un apóstol, de la estirpe de aquellos, formados diligentemente por Jesús en la intimidad de su Colegio. Se corre el riesgo de sindicarlo entre quienes se dedican a resolver los graves problemas de los más pobres y excluidos. También lo logra, de manera eminente, pero la motivación principal de su generosa entrega es el amor a Cristo. No es el cura agauchado, de armas tomar, más movilizador social que siervo paciente. Es capaz de jugarlo todo al ideal misterioso que el Evangelio le propone. Para él, el Evangelio es Cristo, y se interna con valiente y tierna devoción en su constante y principal contemplación.

Testigo humilde y fiel de Jesús. Cuando llega el fin de su vida, ciego y solitario, se sacia con breves frases evangélicas leídas por una humilde y piadosa religiosa. El final es la rúbrica de una existencia de fidelidad a la Eucaristía y al servicio humilde de sus feligreses. No deja de pensar en las necesidades de la gente, hambrienta de la gracia que él dispensa incansablemente en el ejercicio de su ministerio sagrado. Para ello se hace cargo de sus necesidades y, abriendo nuevos caminos a través de las altas sierras, conduce a su rebaño a la ciudad de Córdoba, donde, mediante el método de los Ejercicios ignacianos produce un movimiento evangelizador que transforma a los fieles más difíciles de su vasta parroquia. No es un fenómeno hecho cura, popular y líder, en una población que busca ampararse en él como el niño al prestigio de su padre. Es un apóstol, testigo humilde y fiel de Jesús; no tiene otro propósito que cumplir la misión recibida, como su Maestro cumplió la encomendada por su Padre. Quiere ser el servidor de todos, muy lejos de servirse de ellos, y, con su estilo y temperamento peculiares, terminar calladamente su vida en el silencio agónico de su aisladora enfermedad.

El gran secreto es la santidad. Siempre hay un secreto que explica lo inexplicable de una vida heroica y socialmente incomprendida como la suya. Me refiero a la santidad. El sacerdote Brochero aprende, sorteando dificultades, a no desaprovechar las oportunidades que le brindan las diversas etapas del Seminario. Avanza sin estridencias hacia la grave responsabilidad de un ministerio sólo comprensible por la fe y vivido en el amor. Su temperamento generoso no autoriza otro movimiento espiritual sino el que acaba en el don total y silencioso de su vida. Alimenta su espiritualidad bajo la conducción de sus formadores y responde, atravesando las vacilaciones propias de una juventud normal, hasta decidirse definitivamente por el Reino. Las vísperas de su Ordenación constituyen un verdadero Getsemaní. Aprende de su Maestro a conformarse con la voluntad del Padre. Aquel “fiat” es para siempre y ya no vuelve su mirada atrás. Su vida sacerdotal es el crecimiento, hasta la heroicidad, de aquel consentimiento inicial. Sin elucubraciones piadosas amaneradas se mantiene fiel a lo aprendido: amor a la Eucaristía y a la Virgen, rezo piadoso del Breviario y atención a la salud espiritual de su pueblo. Todo lo hace como naturalmente. No se le ocurre proponerse como modelo a nadie, hace lo que debe, interiormente animado por el amor a Cristo y a su gente. Brochero es un amigo de Dios que, por serlo, no puede dejar de ser amigo de los hombres. Su modelo es Jesús, que desborda su amor al Padre en su amor a los más desamados, hasta la Cruz. El Evangelio que medita y predica es la fuente innegable de la dignidad de sus feligreses, humildes serranos, que él defiende contra viento y marea. Su fidelidad a Cristo se traduce en fidelidad a la Iglesia. Su celo pastoral no tiene fronteras, por ello se atreve a todo y reduce a nada las dificultades que se interponen en su proyecto misionero.

Su método evangelizador. Confía en el poder de la gracia y echa mano a medios ya consagrados por la Iglesia. El que atrae su particular empeño es el método ignaciano de los Ejercicios Espirituales. Los populariza de tal modo que su feligresía se acostumbra a confesarse de no haber acudido a ellos al expirar cada año. Él mismo se pone al frente y realiza esfuerzos heroicos para superar los obstáculos que impiden su cumplimiento. Me refiero a las largas travesías por las altas sierras, el cuidado del ganado familiar y tantos otros detalles, presentes en una ausencia prolongada, que miran las casas y tareas de campo de aquella humilde gente. El Padre Brochero, por temperamento y, principalmente, por convicción, no rehúye el desafío proveniente de las personas y lleva adelante su propósito de cambiarlas, sea cual fuere el estado moral en que se encuentren. Su trayectoria de Pastor está colmada de anécdotas, algunas de original colorido. Es verdad que abre senderos en la dura piedra serrana; esa tarea ímproba no responde al intento demagógico de acumular poder, su intención es abrirse paso en los corazones de todos para depositar la gracia del Evangelio y de los sacramentos. De otra manera no se entienden sus pintorescas predicas y su extremo empeño por acercar la Eucaristía a sus distantes comunidades y la santa Unción a los enfermos.

El leproso heroico. Los hombres revelan su auténtica calidad cuando sobreviene la ancianidad, la enfermedad, la soledad y la muerte. Brochero entra en esa misteriosa y apasionante etapa final sin dejar de comportarse como lo había hecho siempre. Se enferma de lepra, la recibe como contagio de otro leproso a quien recupera del pecado. Transcribo el relato de una testigo de su tiempo: “En la salida del Tránsito a Pocho vivía un leproso. Era este de tan mala condición y hablar que nadie se arrimaba por no oírle los insultos y blasfemias. Brochero, con todo, no temía visitarlo. Le llevaba ropas y alimentos y hasta se supo que tomaba mate con él. Le disuadíamos, más Brochero respondía con gracia: “Pero, por favor; si allí hay un alma”. Al fin, lo confesó y le llevó la Santa Comunión. Murió el leproso en sus brazos, resignado como un santo”. (“Pregonero del Amor” – Del Forno pág.102) El Padre Brochero acepta con humildad el aislamiento al que lo reduce la temible enfermedad. Se preocupa de disponer de lo necesario para celebrar diariamente la Santa Misa en su pobre pieza de enfermo. Se lo ve en silencio, sereno, “desgranando rosarios”. Allí está el secreto de su vigor apostólico y de la santidad sacerdotal que lo identifica. Ciego, ya no ve sino desde el corazón, pero, se abre camino, como lo hacía en las altas sierras, entre las tinieblas de la tierra, en busca de la Luz que supo y sabe dispensar, incansablemente, a sus feligreses y amigos.

Brochero santo. No dudo que Brochero llegará a ser venerado como santo. El santo constituye la obra exclusiva de Dios. Para ello es preciso que su libertad active un consentimiento personal, del todo necesario, para que la obra de santidad se cumpla. Brochero aprende a dejarlo hacer a Dios. Su santidad sacerdotal es silenciosa, como la brisa en la que Dios se hace presente, pasando a veces desapercibida o disimulada. La identificación del venerable sacerdote con su pueblo y su cultura, que aún atrae ciertas miradas de incomprensión y sospecha, sabe ocultar, “a los perfectos de este mundo”, la verdadera identidad del Brochero santo. Finalmente lo que es desde el momento de su tránsito al cielo se revela por el reconocimiento y dictamen de la Iglesia peregrina. Han pasado muchos años desde su muerte (1914) y aún no se llega al término deseado. El pueblo capta su virtud heroica, la Iglesia la reconoce y los sacerdotes de todas las edades la constituyen en modelo para sus vidas. A medida que se avanza en el conocimiento de su temple de hombre de Dios, la sorpresa y la veneración brotan espontáneamente. La santidad que se observa en él es consecuencia de un proceso oculto en el que actúa principalmente la gracia. Brochero descubre, desde su corazón humilde y silencioso, que es simple y doloroso abrir el alma a la acción del Espíritu. Su vida no es fácil; sabe ser pobre con su Señor y, desde esa pobreza, “hacer la voluntad del Padre”.

Como lo quiere Dios y el pueblo lo necesita. No nació santo, ni le fue fácil la santidad. Acabo de leer una afirmación suya sobre el sacerdote que me ha conmovido: “el sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores, es medio sacerdote - y no tanto- estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote: si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego”. (Referido por el P. L.Castellani) Los testigos de su vida afirman que Brochero podría haber desempeñado, por su talento y cultura, una función destacada en el clero cordobés. Se decide por un heroico anonadamiento y se hace serrano con su humilde feligresía: adopta su lenguaje, sus imágenes ingenuas, su estilo pobre de vida. Aprende de Dios que, en su Hijo divino, se hace Hombre por amor. Se goza al referir todos los gestos de su ministerio al comportamiento ejemplar de su Maestro. ¡Qué clara su enseñanza al señalar que el sacerdote debe seguir a Jesús en el “anonadamiento” o desacredita la imagen sacerdotal! Mi breve reflexión sobre la personalidad del Cura Brochero es una invitación tímida a conocerlo en su intimidad de hombre santo, de sacerdote como Dios lo quiere y el pueblo lo necesita.

No hay comentarios: